martes, 16 de noviembre de 2010

Ladran, luego cabalgamos.

El Imperio español de Carlos V trabajaba duro y bien en todo el mundo, y desde el Imperio Británico, crean la famosa leyenda negra, propaganda basada en calumnias, mentiras y sandeces, propia de mancebías y callejones. Así lo plasma el gran Cervantes.


Ladran, luego cabalgamos.


Esta frase del Quijote hace alusión al ladrido de los perros al paso de un jinete en la noche. Ladridos de quienes entienden que la tierra es suya, aunque esté más allá de sus fronteras y dominios. De quienes creen que el simple hecho de que alguien ose interrumpir con su paso el monótono discurso del silencio establecido, es un intruso que les desafía.




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Ladridos que son sólo eso, aullidos de quienes están encarcelados en el recinto estrecho de su ser, y sueñan con asustar a quien galopa por el camino que es de todos los que saben adónde van.


Ladridos sin sentido, salvo la rabia del disgusto, de quienes se creen dueños del viento, y quieren esclavizar a los que se atreven a desafiar sus intereses y criterios, en vez de buscar sus propias monturas y sendas. 


Pero, y esa es la grandeza de la frase del inmortal Cervantes, los mismos ladridos son la mejor señal de que se cabalga. La vida que se mueve, que se define en un camino claro en medio de la oscuridad, siempre está salpicada de ladridos que son el contrapunto y a la vez la mejor señal de que se avanza.


Perros fieros, perros resabiados, cachorros. No importa. Todo son ladridos.


Apretemos las espuelas de la ilusión. Sintamos más que nunca las riendas que nos dan y exigen responsabilidad, y cabalguemos mirando la meta. Galopemos con fuerza, porque el tiempo es corto y el trabajo mucho.

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